martes, 11 de febrero de 2014

Representación institucional y marca




En el post anterior aludía al hecho de todo cargo en cualquier entidad lo es siempre, con independencia de que se ejerza o no, o de la vida privada. 

Hoy quiero hacerme eco de lo que implica una representación institucional y su vinculación a la marca. 

Cualquier cargo institucional (máxime si estamos hablando de la Presidencia de una entidad), lleva aparejado implícitamente una representación institucional porque esa persona, por el mero hecho de presidir una fundación, una asociación, un club deportivo o una federación, siempre representa a la institución que preside. Dicho de otro modo, el presidente de cualquier entidad es el máximo representante institucional de esa entidad. Y lo es siempre porque, tal y como decíamos el otro día, un presidente es siempre presidente, aunque esté disfrutando de un fin de semana de relax con los suyos. En ese momento no ejercerá el cargo, pero naturalmente que no dejará de ostentar la Presidencia de la entidad. 

Esto implica otro par de detalles que no podemos perder su perspectiva. El primero es la imagen, nuestra imagen. En el mismo momento que tu entidad empieza a «sonar» en la ciudad y en la comunidad autónoma, el nombre de su presidente comenzará a oírse también, y su cara comenzará a ser conocida en muchos círculos sociales, políticos, o económicos de la ciudad. Comenzará, en suma, a perder una parte de su anonimato como persona física porque su nombre se le vinculará invariablemente con el nombre de la entidad que preside. Ello, a su vez, tiene que hacernos caer en la cuenta de que esa persona tendrá que dejarse ver y acudir a determinados actos sociales porque representa a una entidad viva de la ciudad o de la comunidad autónoma. Estamos ante una representación institucional que nos exige que nuestra entidad esté representada en determinados foros y eventos. Ahí sí ejerceremos una manifiesta representación institucional que, obligatoriamente, tenemos que llevar a cabo. En ese momento, el presidente de la entidad representa a la institución que preside. Hay que estar en los sitios, es conveniente dejarse ver en determinados eventos. Es una manera de que nuestra entidad sea visible. 

Esa visibilidad lleva expresamente otra connotación: la marca de nuestra entidad, la cual tenemos que preservar en todo momento y en cualquier situación. Un error público, sea de la forma que sea, del representante institucional de una entidad ejercerá el efecto dominó con la marca de la entidad. Dará al traste la buena imagen que la entidad haya podido tener hasta ese momento. Una claro ejemplo lo tenemos estos días. Hasta hace unos años la imagen de la Casa Real Española era intachable, modelo y ejemplo en otras casas reales y en otras entidades, tanto dentro cómo fuera de España. Sin embargo, el famoso «caso Nóos» y la tan reciente declaración de la Infanta Cristina en los juzgados de Palma de Mallorca, no sólo ha dado al traste la imagen de la Familia Real sino, lo más grave, ha herido la credibilidad de la Corona poniendo la propia marca de la Casa Real en unos índices bajísimos de popularidad, respeto y admiración dentro y fuera de España. Se ha dañado sobremanera la marca España. Reflexionemos en silencio: ¿Podremos mantener la imagen de credibilidad y respeto tanto a nivel nacional como internacional después de que la fotografía de la Infanta Cristina accediendo en los juzgados de Palma de Mallorca haya dado la vuelta al mundo? El daño que se ha causado a la marca es terrible y las consecuencias, impredecibles.

En resumen, hay que tener especial cuidado con la representación institucional de cualquier entidad. De esos actos dependerá en gran medida la reputación de nuestra marca y, lo más importante, la credibilidad de nuestra entidad; algo fundamente para la buena marcha, aunque en muchas ocasiones creamos que eso no es importante. 

martes, 4 de febrero de 2014

Representación institucional y vida privada




Dentro del tejido asociativo resulta muy frecuente el hecho de separar la vida privada y la vida oficial, por llamarla de una forma coloquial. Hay personas que ocupando un cargo de representación (Presidencia, Vicepresidencia o Secretaria) anteponen frecuentemente su vida privada a sus responsabilidades institucionales. Se trata de una omisión muy habitual, máxime si quién ocupa ese cargo no es una persona con experiencia institucional, bien en el sector público o en el privado. 
 
Una persona es presidente, vicepresidente o secretario de una entidad sin ánimo de lucro (también de cualquier entidad pública) siempre, más allá de su vida privada y personal. Frecuentemente suelo afirmar que el Presidente de una entidad lo es incluso cuando está repostando en una estación de servicio para emprender viaje con motivo de sus vacaciones estivales, a las que tiene derecho como cualquier otro ciudadano. Una persona que ostenta un cargo institucional, aunque sea en una entidad sin ánimo de lucro, lo ostenta siempre y en todo momento, más allá incluso de su vida privada. 

Un claro ejemplo se vivió recientemente en Francia. El Presidente Hollande fue literalmente «cazado» cuando salía del apartamento de una actriz francesa. Aunque ésa fuera una actividad privada, por muy privada que fuera aquella cita, él no dejaba de ser el Presidente de la República Francesa. Las consecuencias de esa «pillada» son de sobras conocidas y no merece la pena siquiera recordarlas. Por mucho que se ha aludido a que en ese momento, él no ejercía de Presidente de la República, él siempre ostenta la más alta representación del Estado francés. También en un momento tan privado como ése. De ahí las graves consecuencias que del mismo se han derivado.

Cuando se ocupan cargos de responsabilidad sea en el sector público o privado, hay que ser muy cauto con nuestro modus operandi. Por muy naturales que pretendamos ser y por muy privada que esa actividad, nuestro cargo institucional será inherente a nuestra vida y a nuestra actividad, por muy cotidiana y privada que ésta sea. Hace pocos días, el Presidente de una entidad cultural me decía que él deja de ser Presidente cuando abandona la actividad en su asociación. He intentado persuadirle de que ese planteamiento es irracional y carece de toda lógica. Él será siempre el Presidente de su entidad: cuando desarrolle obligaciones propias de su cargo, pero también cuando esté disfrutando de su vida privada. En este caso, no ejercerá su cargo, pero no dejará de ostentarlo en ningún momento de su vida… al menos mientras ocupe la Presidencia de la entidad.


Hay personas que no lo entienden. No se dan cuenta de que aunque en un momento dado del día no se realicen tareas propias del cargo que se ostenta, el mismo se ocupa siempre… incluso cuando vamos al quiosco de la esquina a comprar la prensa, o al supermercado a hacer la compra del mes. Puedo entender que existan personas que no entiendan este planteamiento y que para ellos sólo ocupen el cargo cuando ejerzan su actividad dentro de su entidad. En un estado democrático como el nuestro, es obvio que hay que respetar esta teoría, pero no la comparto en absoluto. Diferente es que no ejerzamos nuestras responsabilidades las 24 horas del día, pero esas 24 horas continuamente somos el Presidente, Vicepresidente o Secretario de nuestra entidad. El que no ejerzamos nuestro cargo no implica que dejemos de ostentar el mismo. Son conceptos totalmente diferentes. Más de uno se preguntara por qué. En el próximo post os hablaré de una de las muchas explicaciones a esta situación. Hablaremos de representación institucional y marca. Algo intrínsecamente enlazado a lo que hoy nos ocupa.

martes, 28 de enero de 2014

Típico error



Resulta mucho más frecuente de lo habitual observar errores graves que ya son típicos en el día a día de las ONG y en el tejido asociativo en general. 

Dentro de estas entidades hay personas con cargos directivos de responsabilidad que frecuentemente comenten el grave error de no delegar en el quehacer diario. En términos generales, este tipo de tropezones tiene un mismo caldo de cultivo: por un lado, la personalidad del sujeto en cuestión; en general, una personalidad con evidentes signos de desconfianza y con expresión clarividente de ejercicio del control sobre quién tiene a su alrededor; por otro, se trata de sujetos que se consideran imprescindibles en la entidad bien porque la vieron nacer, bien porque por su cargo se creen equivocadamente así, bien porque su personalidad tiene estos rasgos. 

Sea como fuere lo cierto es que esta situación origina verdaderos problemas que llegan incluso a fragmentar el buen funcionamiento de la actividad de la junta de gobierno de la ONG en cuestión. 

Ilustraré esta situación con ejemplo real. Conozco una entidad sin ánimo de lucro, cuya cabeza visible la ostenta actualmente una persona que, con su buena voluntad, está originando un grave problema. Toda la actividad de la su junta de gobierno tiene que pasar por sus manos; esta persona se adelanta a los acontecimientos y cuando se delega un trabajo, la persona que se ocupa se encuentra con el hecho de que una parte del trabajo ya está ejecutado. 

En este aspecto, como en otros muchos de la vida, hay que saber diferenciar: una cosa es la coordinación y otra el control. 

Un gobierno, sea local, autonómico o de la nación, está presidido por un Alcalde o por un Presidente, que son quiénes coordinan la labor de todo su equipo. Pero ellos en ningún momento realizan el trabajo de sus colaboradores. Cada cual tiene sus competencias, y nadie invade competencias ajenas. Se coordinan y suman esfuerzos. Pero nadie se mete en el terreno de nadie. 

Pondremos otro ejemplo gráfico más evidente… y actual. Pongamos que el concejal de obras públicas de un ayuntamiento solicita una reunión con el consejero de fomento de su comunidad autónoma para negociar el tema de la variante de una ciudad. ¿Qué cara se le quedaría al edil de turno si al llegar a la reunión comprobase que su Alcalde ya se ha reunido con el Presidente de la Comunidad a la espalda del concejal, y ha negociado la obra sin tener él ninguna información al respecto? Quedaría, de entrada, como un incompetente. Para seguir, como inepto. Y para terminar, el ayuntamiento en cuestión daría una imagen de descoordinación absoluta. 

Cualquier gobierno, público o privado, debe pasar por los cimientos de la coordinación. Nunca del control. Menos todavía del control de la Presidencia porque ello lo transforma en un gobierno absolutista. La coordinación es importante pero tan importante como la propia coordinación está el hecho de la delegación; un engranaje fundamental en cualquier entidad sin ánimo de lucro.