En el post anterior aludía al hecho
de todo cargo en cualquier entidad lo es siempre, con independencia de que se
ejerza o no, o de la vida privada.
Hoy quiero hacerme eco de lo que implica una
representación institucional y su vinculación a la marca.
Cualquier cargo institucional
(máxime si estamos hablando de la Presidencia de una entidad), lleva aparejado
implícitamente una representación institucional porque esa persona, por el mero
hecho de presidir una fundación, una asociación, un club deportivo o una
federación, siempre representa a la institución que preside. Dicho de otro
modo, el presidente de cualquier entidad es el máximo representante institucional
de esa entidad. Y lo es siempre porque, tal y como decíamos el otro día, un presidente
es siempre presidente, aunque esté disfrutando de un fin de semana de relax con
los suyos. En ese momento no ejercerá el cargo, pero naturalmente que no dejará
de ostentar la Presidencia de la entidad.
Esto implica otro par de detalles
que no podemos perder su perspectiva. El primero es la imagen, nuestra imagen.
En el mismo momento que tu entidad empieza a «sonar» en la ciudad y en la
comunidad autónoma, el nombre de su presidente comenzará a oírse también, y su
cara comenzará a ser conocida en muchos círculos sociales, políticos, o económicos
de la ciudad. Comenzará, en suma, a perder una parte de su anonimato como
persona física porque su nombre se le vinculará invariablemente con el nombre
de la entidad que preside. Ello, a su vez, tiene que hacernos caer en la cuenta
de que esa persona tendrá que dejarse ver y acudir a determinados actos sociales
porque representa a una entidad viva de la ciudad o de la comunidad autónoma. Estamos
ante una representación institucional que nos exige que nuestra entidad esté
representada en determinados foros y eventos. Ahí sí ejerceremos una manifiesta
representación institucional que, obligatoriamente, tenemos que llevar a cabo.
En ese momento, el presidente de la entidad representa a la institución que
preside. Hay que estar en los sitios, es conveniente dejarse ver en determinados
eventos. Es una manera de que nuestra entidad sea visible.
Esa visibilidad lleva expresamente
otra connotación: la marca de nuestra entidad, la cual tenemos que preservar en
todo momento y en cualquier situación. Un error público, sea de la forma que
sea, del representante institucional de una entidad ejercerá el efecto dominó
con la marca de la entidad. Dará al traste la buena imagen que la entidad haya
podido tener hasta ese momento. Una claro ejemplo lo tenemos estos días. Hasta
hace unos años la imagen de la Casa Real Española era intachable, modelo y
ejemplo en otras casas reales y en otras entidades, tanto dentro cómo fuera de
España. Sin embargo, el famoso «caso Nóos» y la tan reciente declaración de la
Infanta Cristina en los juzgados de Palma de Mallorca, no sólo ha dado al
traste la imagen de la Familia Real sino, lo más grave, ha herido la
credibilidad de la Corona poniendo la propia marca de la Casa Real en unos
índices bajísimos de popularidad, respeto y admiración dentro y fuera de
España. Se ha dañado sobremanera la marca España. Reflexionemos en silencio:
¿Podremos mantener la imagen de credibilidad y respeto tanto a nivel nacional como
internacional después de que la fotografía de la Infanta Cristina accediendo en
los juzgados de Palma de Mallorca haya dado la vuelta al mundo? El daño que se
ha causado a la marca es terrible y las consecuencias, impredecibles.
En resumen, hay que tener especial
cuidado con la representación institucional de cualquier entidad. De esos actos
dependerá en gran medida la reputación de nuestra marca y, lo más importante,
la credibilidad de nuestra entidad; algo fundamente para la buena marcha,
aunque en muchas ocasiones creamos que eso no es importante.