martes, 4 de febrero de 2014

Representación institucional y vida privada




Dentro del tejido asociativo resulta muy frecuente el hecho de separar la vida privada y la vida oficial, por llamarla de una forma coloquial. Hay personas que ocupando un cargo de representación (Presidencia, Vicepresidencia o Secretaria) anteponen frecuentemente su vida privada a sus responsabilidades institucionales. Se trata de una omisión muy habitual, máxime si quién ocupa ese cargo no es una persona con experiencia institucional, bien en el sector público o en el privado. 
 
Una persona es presidente, vicepresidente o secretario de una entidad sin ánimo de lucro (también de cualquier entidad pública) siempre, más allá de su vida privada y personal. Frecuentemente suelo afirmar que el Presidente de una entidad lo es incluso cuando está repostando en una estación de servicio para emprender viaje con motivo de sus vacaciones estivales, a las que tiene derecho como cualquier otro ciudadano. Una persona que ostenta un cargo institucional, aunque sea en una entidad sin ánimo de lucro, lo ostenta siempre y en todo momento, más allá incluso de su vida privada. 

Un claro ejemplo se vivió recientemente en Francia. El Presidente Hollande fue literalmente «cazado» cuando salía del apartamento de una actriz francesa. Aunque ésa fuera una actividad privada, por muy privada que fuera aquella cita, él no dejaba de ser el Presidente de la República Francesa. Las consecuencias de esa «pillada» son de sobras conocidas y no merece la pena siquiera recordarlas. Por mucho que se ha aludido a que en ese momento, él no ejercía de Presidente de la República, él siempre ostenta la más alta representación del Estado francés. También en un momento tan privado como ése. De ahí las graves consecuencias que del mismo se han derivado.

Cuando se ocupan cargos de responsabilidad sea en el sector público o privado, hay que ser muy cauto con nuestro modus operandi. Por muy naturales que pretendamos ser y por muy privada que esa actividad, nuestro cargo institucional será inherente a nuestra vida y a nuestra actividad, por muy cotidiana y privada que ésta sea. Hace pocos días, el Presidente de una entidad cultural me decía que él deja de ser Presidente cuando abandona la actividad en su asociación. He intentado persuadirle de que ese planteamiento es irracional y carece de toda lógica. Él será siempre el Presidente de su entidad: cuando desarrolle obligaciones propias de su cargo, pero también cuando esté disfrutando de su vida privada. En este caso, no ejercerá su cargo, pero no dejará de ostentarlo en ningún momento de su vida… al menos mientras ocupe la Presidencia de la entidad.


Hay personas que no lo entienden. No se dan cuenta de que aunque en un momento dado del día no se realicen tareas propias del cargo que se ostenta, el mismo se ocupa siempre… incluso cuando vamos al quiosco de la esquina a comprar la prensa, o al supermercado a hacer la compra del mes. Puedo entender que existan personas que no entiendan este planteamiento y que para ellos sólo ocupen el cargo cuando ejerzan su actividad dentro de su entidad. En un estado democrático como el nuestro, es obvio que hay que respetar esta teoría, pero no la comparto en absoluto. Diferente es que no ejerzamos nuestras responsabilidades las 24 horas del día, pero esas 24 horas continuamente somos el Presidente, Vicepresidente o Secretario de nuestra entidad. El que no ejerzamos nuestro cargo no implica que dejemos de ostentar el mismo. Son conceptos totalmente diferentes. Más de uno se preguntara por qué. En el próximo post os hablaré de una de las muchas explicaciones a esta situación. Hablaremos de representación institucional y marca. Algo intrínsecamente enlazado a lo que hoy nos ocupa.

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