Dentro del tejido asociativo resulta muy frecuente el hecho
de separar la vida privada y la vida oficial, por llamarla de una forma coloquial.
Hay personas que ocupando un cargo de representación (Presidencia,
Vicepresidencia o Secretaria) anteponen frecuentemente su vida privada a sus responsabilidades
institucionales. Se trata de una omisión muy habitual, máxime si quién ocupa
ese cargo no es una persona con experiencia institucional, bien en el sector
público o en el privado.
Una persona es presidente, vicepresidente o secretario de una
entidad sin ánimo de lucro (también de cualquier entidad pública) siempre, más allá de su vida privada y personal.
Frecuentemente suelo afirmar que el Presidente de una entidad lo es incluso
cuando está repostando en una estación de servicio para emprender viaje con
motivo de sus vacaciones estivales, a las que tiene derecho como cualquier otro ciudadano. Una persona que ostenta un cargo
institucional, aunque sea en una entidad sin ánimo de lucro, lo ostenta siempre y en todo momento,
más allá incluso de su vida privada.
Un claro ejemplo se vivió recientemente en Francia. El Presidente
Hollande fue literalmente «cazado» cuando salía del apartamento de una actriz
francesa. Aunque ésa fuera una actividad privada, por muy privada que fuera
aquella cita, él no dejaba de ser el Presidente de la República Francesa. Las
consecuencias de esa «pillada» son de sobras conocidas y no merece la pena
siquiera recordarlas. Por mucho que se ha aludido a que en ese momento, él no ejercía de Presidente de la República, él siempre ostenta la más alta representación del Estado francés. También en un momento tan privado como ése. De ahí las graves consecuencias que del mismo se han derivado.
Cuando se ocupan cargos de responsabilidad sea en el sector
público o privado, hay que ser muy cauto con nuestro modus operandi. Por muy
naturales que pretendamos ser y por muy privada que esa actividad, nuestro
cargo institucional será inherente a nuestra vida y a nuestra actividad, por
muy cotidiana y privada que ésta sea. Hace
pocos días, el Presidente de una entidad cultural me decía que él deja de ser
Presidente cuando abandona la actividad en su asociación. He intentado
persuadirle de que ese planteamiento es irracional y carece de toda lógica. Él
será siempre el Presidente de su entidad: cuando desarrolle obligaciones propias de su
cargo, pero también cuando esté disfrutando de su vida privada. En este caso,
no ejercerá su cargo, pero no dejará de ostentarlo en ningún momento de su vida…
al menos mientras ocupe la Presidencia de la entidad.
Hay personas que no lo entienden. No se dan cuenta de que
aunque en un momento dado del día no se realicen tareas propias del cargo que
se ostenta, el mismo se ocupa siempre… incluso cuando vamos al quiosco de la esquina
a comprar la prensa, o al supermercado a hacer la compra del mes. Puedo entender que existan personas que no entiendan este
planteamiento y que para ellos sólo ocupen el cargo cuando ejerzan su actividad
dentro de su entidad. En un estado democrático como el nuestro, es obvio que
hay que respetar esta teoría, pero no la comparto en absoluto. Diferente es que
no ejerzamos nuestras responsabilidades las 24 horas del día, pero esas 24
horas continuamente somos el Presidente, Vicepresidente o Secretario de nuestra
entidad. El que no ejerzamos nuestro cargo no implica que dejemos de ostentar
el mismo. Son conceptos totalmente diferentes. Más de uno se preguntara por
qué. En el próximo post os hablaré de una de las muchas explicaciones a esta
situación. Hablaremos de representación institucional y marca. Algo
intrínsecamente enlazado a lo que hoy nos ocupa.
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